Clases de baile para mayores, Bohumil Hrabal

Cubierta de Clases de baile para mayores, Bohumil HrabalClases de baile para mayores
Bohumil Hrabal
Madrid: Nørdicalibros, 2014
Traducción: Jitka Mlejnková y Alberto Ortiz
Título original: Taneční hodiny pro starší a pokročilé (1964)

En un libro bellísimo de Gonzalo Hidalgo Bayal el personaje central se pasa la novela en silencio. De ese mutismo, del que nada sabemos (si voluntario o no, si con intención o inútil, si derrotado o pendenciero) parecen brotar las historias de los personajes a su alrededor. Sus conflictos y resoluciones. Él se llama Nemo, como la novela.

El contraste con el tío Pepin de Bohumil Hrabal no puede ser más atronador. Este tío Pepin (o tío Josef), hermano del padre de Hrabal y auténtica musa de su literatura, fue un contador de historias de pura cepa, un animal parlanchín dotado de inventiva, de ironía, de provocación… de memoria a su manera. Hay que imaginárselo bebiendo cerveza en una taberna divirtiendo con sus locuras y su estilo coloquial a los vecinos que allí se congregan. Para Hrabal, su tío encarnaba el espíritu del pueblo checo, con ese humor irreverente, indomable; también absurdo y melancólico. Ejemplo de ello es esta Clases de baile para mayores en la que un anciano trata de seducir a una joven contándole una turbulencia de anécdotas, historias, chismorreos y fanfarroneos encadenada en un solo párrafo que se alarga hasta casi el fin de la novela. El anciano es el propio tío Pepin y su torrente palabrista (en checo pábitel, neologismo que Hrabal inventó para referirse a estos personajes orales y desenfrenados) además de referir sus experiencias con numerosas mujeres, compone un animado collage de la época en que los checos vivían bajo el poder del Imperio Austrohúngaro. Tierno y trágico, no deja títere con cabeza ni resquicio para el aburrimiento.

Al final los extremos se atraen, dice el tópico (aunque no sea verdad), y tanto Nemo como el tío Pepin consiguen por caminos opuestos unas narraciones en las que, a falta de una trama propiamente dicha, los lectores encontramos multiplicado el talento fabulador de sus autores.

Bohumil Hrabal en la Biblioteca UPM

El año del jardinero. Karel Čapek

Cubierta de El año del jardinero, Karel CapekEl año del jardinero
Karel Čapek
Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, D.L. 2009
Ilustrador: Josef Čapek
Traducción: Esteve Serra
Título original: Zahradníkův rok (1929)

A veces un libro no tiene nada que ver con la imagen que uno se había creado de su autor. Seguramente es puro desconocimiento, pues uno ignora tantas cosas. O puede que sea verdad eso de que nunca llegas a conocer a nadie por completo. Ni siquiera a ti mismo. A ti mismo menos que a nadie. La novedad, entonces, es un choque de aire fresco, un filón precioso recién destapado. Me ha pasado con esta obra de Karel Čapek. El autor de novelas como La guerra de las salamandras o La Krakatita o de esa obra teatral R.U.R (Robots Universales Rossum) en la que se utiliza por primera vez la palabra robot (que viene del checo robota y significa trabajo), es un precursor de la literatura distópica, un escritor visionario (vio con anticipación la bomba atómica, el ascenso del nazismo), un crítico de la sociedad y de los totalitarismos que se avecinaban. Cubierta de Zahradníkuv rok, Karel CapekPero es también el autor de este El año del jardinero tan alejado de esos temas, tan humorístico como lírico, en el que un amante del cultivo de jardines se ve enredado entre el amor a las plantas y el enorme esfuerzo, y la cantidad tiránica de tareas, que vapulean su entusiasmo de enero a diciembre. Una pequeña criatura idealista haciendo frente a la realidad. Tal vez una broma, tal vez una reflexión sobre la condición humana. ¿Va a ser que el Karel Čapek que me imagino no está tan lejos de este? El año del jardinero es también un modesto manual alternativo de botánica por el que desfila una buena cantidad de observaciones sobre el cultivo y los cultivadores de plantas, esos seres subterráneos. Hay que decir que las ilustraciones son de su hermano, el pintor Josef Čapek, y entre ambos logran, o a mí eso me parece, un libro tan divertido como encantador.

Si esto pudiera servir de algo, el jardinero se pondría de rodillas todos los días y dirigiría a Dios la plegaria siguiente: “Dios  mío, haz que llueva todos los días, más o menos desde medianoche hasta las tres de la madrugada, pero que sea una lluvia lenta y tibia, a fin de que la tierra pueda empaparse bien de ella; que no llueva sobre la lavanda y todas las demás plantas que Tú sabes, en Tu infinita bondad, que son plantas amigas de la sequedad; si Tú quieres, Te escribiré la lista en un papel; y que el sol brille durante todo el día, pero no en todas partes (por ejemplo, no sobre los rododendros) y que no sea demasiado ardiente; que haya mucho rocío y poco viento, una cantidad razonable de lombrices, pero no pulgones, ni babosas, ni moho, y que, una vez por semana, llueva jugo de estiércol aguado y excremento de paloma. Amén.”

Karel Čapek en la Biblioteca UPM

Mandíbula. Mónica Ojeda

Cubierta de Mandíbula, Mónica OjedaMandíbula
Mónica Ojeda
Candaya: Barcelona, 2018

¿Sabías que los cocodrilos guardan a sus bebés adentro de sus mandíbulas?

Mandíbula es una de las novelas más interesantes que se han cruzado conmigo últimamente. Arranca fuerte, con el secuestro de una alumna a manos de su maestra contado desde la perspectiva de la víctima. Ambas se encuentran en una cabaña en algún lugar de las afueras de Ecuador, la chica está atada, hay un revólver sobre la mesa. Desde la ventana se puede ver un volcán, uno de los símbolos que van a aparecer a lo largo de la novela. Y es que lo que bulle y arde en el interior de la mente de los personajes supone una buena parte de la materia con la que se construye la narración que se avecina.

Miss Clara, Fernanda y Annelise, los tres personajes principales, irán revelando capítulo a capítulo todo lo que ha sucedido hasta culminar en una situación tan extrema. Pero la novela no es solo un thriller, ni una historia de terror sin más: trata sobre la naturaleza del miedo, con el foco de atención puesto en las relaciones femeninas mira a ver qué hay en ese abismo que se abre al cruzar el límite de lo aceptado, de lo correcto entre madres e hijas, profesoras y alumnas o amigas adolescentes. El retrato psicológico de los personajes, especialmente el de Miss Clara (que anda naufragando por la relación enfermiza que ha mantenido con su madre) es de una belleza sutil, a pesar de lo siniestro, y estremecedora.

Las chicas son alumnas en un colegio del Opus en Guayaquil, lo que hace poderoso contraste con la casa en ruinas y atravesada por reptiles en la que juegan con otras amigas a inventar historias de terror, muy influenciadas por las creepypastas que leen habitualmente en internet. Sus juegos se vuelven arriesgados, la experimentación y el aprendizaje propios de su edad poco a poco van cruzando la frontera de lo siniestro, lo innominado. En ese contexto de pérdida de la inocencia, Annelise inventa al Dios Blanco, una fuerza primordial que protagoniza sus historias y orquesta los terrores de sus amigas.

“¿Qué es lo que pasa cuando vemos algo blanco?”, le preguntó Annelise a Fernanda sin esperar respuesta. “Que sabemos que se va a manchar”.

El lenguaje juega un papel primordial en la literatura de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), un torrente de imágenes, un ritmo musical, capítulos armados con diferentes técnicas narrativas consiguen que la tensión nunca decaiga y convierten este libro en una impactante y adictiva lectura. Mandíbula es la segunda novela publicada en España de esta autora ecuatoriana, la precedió Nefando, publicada también por Candaya, en 2016. Otras obras suyas son La desfiguración Silva (2015), El ciclo de las piedras (2015) y Caninos (2017).

Paradoja del interventor. Gonzalo Hidalgo Bayal

Cubierta de Paradoja del interventor, Gonzalo Hidalgo BayalParadoja del interventor
Gonzalo Hidalgo Bayal
Barcelona: Tusquets, 2006

Trenes. Si fuera un personaje literario (en caso de no serlo ya a estas alturas del cuento) tendría mucho cuidado a la hora de comprometer mi destino por culpa de la promesa de una travesía ferroviaria, por muy atractiva que ésta pareciera a priori. Pienso en “El andén de nieve”, aquel relato de Carlos Castán a bordo de cuyo tren podías alcanzar un destino de ficción. Y pienso en “El guardagujas” de Juan José Arreola, cuyo ferrocarril no solo disloca rutas e itinerarios sino que emprende sus propias expediciones a través de la selva con ánimo fundacional. O en la “Paradoja del interventor”, esta magnífica novela de Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) en la que un viajero se apea del tren aprovechando la parada en una estación cualquiera para llenar su botella de agua y tomar café y acaba quedándose en tierra, sin abrigo y sin equipaje, sin documentos y con apenas unas calderillas en el bolsillo, pues el tren se ha puesto en marcha sin aviso y con un pasajero menos. En esa estación sombría, decadente, sin asomo de un interventor que anuncie próximos trenes (sin asomo de nuevos trenes), el viajero aún no sabe que ya se ha convertido (o está cerca de hacerlo) en el único interventor, que lo que le espera es una búsqueda de sí mismo, de un lugar al que pertenecer, por las calles y entre las gentes de una ciudad cerrada e impermeable, que en otra época vivió tiempos mejores, algún tipo de progreso, pero que ahora gira en círculos, en huecas repeticiones sobre sí misma hacia la disipación, el sinsentido, la indiferencia, el olvido.

Viajero, luego forastero, luego interventor aunque no lo sepa, el personaje sin nombre que ha perdido su tren también ha extraviado su destino y su identidad, ha ingresado en un tejido extraño de la realidad (un cajón secreto fuera del tiempo) trenzado y sostenido por la prosa culta, elegante y rica en detalles de Gonzalo Hidalgo Bayal, a quien uno podría leer una y otra vez porque siempre hallará algo nuevo y brillante escondido entre dos líneas inocentes. Y se puede leer en el tren, yo lo hice, y creo (con un moderado nivel de certeza) que aún sigo en este mundo.

Jardines en tiempos de guerra. Teodor Cerić

Cubierta de Jardines en tiempo de guerra, Teodor CericJardines en tiempos de guerra
Teodor Cerić
Barcelona: Elba Editorial, 2018
Traducido del francés por Ignacio Vidal-Folch
Ilustradora: Mercedes Echevarría
Título original: Jardins en temps de guerre (2014), traducido del serbocroata y editado por Marco Martella

Marco Martella, editor y director de la revista Jardins, cuenta en un breve prólogo (Una poesía con las uñas sucias de tierra) que convencer al poeta Teodor Cerić (Sarajevo, 1972) de publicar los textos que componen este libro no fue tarea fácil, pero que después de un largo intercambio de correos electrónicos acabó por permitírselo siempre que no los reuniese bajo un título sensiblero, tal y como se hace con otros libros sobre jardines, y que lo llamara sencillamente Jardines en tiempos de guerra.

En 2014, el poeta vivía en una casa de campo en los alrededores de Sarajevo, ajeno ya a la escritura y dedicado a la jardinería, pero entre 1992, año en que escapó de la ofensiva serbia sobre su ciudad, y 1997 estuvo viajando por Europa, de aquí para allá dando tumbos, sobreviviendo. En ese período conoció los jardines de los que habla en estos textos.

Un jardín (el jardín propio), viene a decir, es el último refugio cuando todo alrededor se desmorona. Cuando el individuo se ve cercado por el horror de una guerra, los dones de la locura o los muros que acorralan la ciudad el cuidado de un jardín se revela como una vía para la resistencia, tan pequeña como encender una vela en medio de la noche del universo, tan suficiente como para alumbrar un mínimo mundo habitable.

Aparte de por su propio jardín, al que el autor alude brevemente al final del libro, la mirada sensible de Teodor Cerić se pasea por otros siete, famosos o íntimos, convencionales o por los pelos merecedores del concepto jardín, ¡incluso por el jardín de Samuel Beckett en Ussy-sur-Marne! Cada uno con su propia poética y multiplicidad de significados. Ve y transmite lo que esos jardines dicen, lee en la elección y disposición de sus rosales, helechos y caléndulas como quien lee entre los versos de un poema autobiográfico. Encuentra en ellos su casa. Y de paso cuenta su propia historia.

Un libro delicioso, un lugar en medio de la guerra que no es guerra.

– Pero el arte más importante que la ninfa me enseñó -proclamó un día Arquedamo de Tera, según cuenta Porfirio- es el de plantar árboles. Ése es el arte supremo, el que engloba todas las otras artes y que, al mismo tiempo, es menos que las otras artes, porque las obras que produce son efímeras y cambiantes, están sujetas a la buena voluntad del cielo, de las estaciones y de las cabras, y se hallan tan desvalidas que una simple tempestad puede hacerlas desaparecer. Y, sin embargo, reclama una devoción aún más profunda que la que se le exige al escultor, al músico o al poeta.

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Este artículo de Enrique Vila-Matas publicado en El País revela que Teodor Cerić es un heterónimo de Marco Martella. Ni me lo imaginé:

Marco Martella (Roma, 1962) dirige la revista Jardins desde 2010 y bajo los heterónimos de Jorn de Précy y Teodor Cerić, ha publicado El jardín perdido (2018) y Jardines en tiempo de guerra (2018), respectivamente.

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