De noche, bajo el puente de piedra. Leo Perutz

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Leo Perutz
Barcelona : Libros del Asteroide, 2016
Título original: Nachts unter der steinernen Brücke (1958)
Traductora: Cristina García Ohlrich

De noche, bajo el puente de piedra es, aunque al principio no lo parezca, una novela. Y digo que no lo parece porque está estructurada en relatos breves que pueden hacerte caer en la tentación de pensar que te encuentras ante un volumen de historias independientes, cuando la realidad es que esas historias, a pesar de no estar ordenadas cronológicamente, se van cruzando aquí y allí, comparten personajes y dibujan un relato que a pesar de no situarse en primera línea, va dejando detalles que el lector gusta de unir después: el romance entre el excéntrico Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano y Esther, la esposa de Mordejai Meisl, un acaudalado judío cuya fortuna también es codiciada por muchos.

La novela se sitúa en la Praga de finales del siglo XVI y comienzos del XVII. Por ella circulan no solo representantes de las diferentes clases sociales que se buscan la vida por las calles y recovecos de la ciudad, en el castillo o el barrio judío, sino también personajes históricos como el mismo Rodolfo II, el astrónomo Johannes Kepler o el propio rabino Loew.

Y de fondo siempre la ciudad por cuyos rincones misteriosos se pueden aparecer las ánimas, donde un hechizo o un sueño encantado encuentran acomodo de la forma más natural.

Todo ello hacen de De noche, bajo el puente de piedra una estupenda novela, de lo más recomendable para todos, y especialmente para los que sienten atracción por lo real maravilloso, por las historias y escenarios que rodean a la múltiple y laberíntica Praga mágica.

Loxandra, María Iordanidu

Cubierta de Loxandra, María IordaniduLoxandra
María Iordanidu
Barcelona : Acantilado, 2018
Título Original: Loxandra, 1963
Traducción: Selma Ancira

La orilla europea del Bósforo estaba poblada sobre todo por griegos y en general por europeos: Mega Rema, Büyükdere, Therapia, todos arrabales que evocaban Europa. La orilla asiática era oriental. Allí se oía el tambor que recordaba a los creyentes el Ramadán. Allí el almuecín pregonaba puntualmente tres veces al día que Alá es uno y que Mahoma es el profeta de Alá. Y, cuando llegaba el eco de aquel pregón hasta la ribera opuesta, llegaba como una voz quimérica de otro mundo.

El Año Nuevo de 1874 Dimitrós, el marido de Loxandra, se levanta más temprano que otros años anteriores y hace estallar contra el suelo del patio una granada para que la abundancia se derrame en su hogar. Esa noche ha nevado en Constantinopla, hace frío pero el cielo es de un azul perfecto. Es un día feliz. Feliz como muchos de los días que vive Loxandra en esa época, en ese lugar, rodeada de una familia bulliciosa y de todos cuantos pasan por su puerta, sean vecinos, vendedores o serenos.

Y como una granada estallando en miles de gotas de luz, desparramando su zumo dulce, tiñendo de rojo la nieve veo yo esta novela. Como un fogonazo de sensualidad que salpica cada uno de los episodios, casi a cada paso te encuentras con un color, un sabor, el eco de una tradición, una canción, un lugar que compite con la belleza de su propio nombre.

María Iordanidu cuenta la historia de su abuela, que vivió entre la mitad del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial en Constantinopla, en un barrio griego en convivencia tensa con la población turca. Recrea un estilo de vida ya perdido en el tiempo y, sobre todo, una personalidad. Loxandra es una mujer de carácter, mandona, aguerrida que dirige las vidas de sus hijos, de los hijos de su marido, de la familia y de quien pase cerca. Y a la vez es delicada, supersticiosa, le tiene una fe tremenda a la Virgen de Baluklí y adora la comida. Porque la comida es la otra gran protagonista de esta historia: da vida, une familias y extraños, inunda de belleza y felicidad. Loxandra, en mitad de un mundo que se derrumba, es una mujer que tiene claro cuáles son las cosas importantes de la vida.

Es este, en definitiva, un libro repleto de belleza. Belleza que asiste en lo bueno y lo malo, en lo amable y lo difícil. Que no salva, pero es compañera.

Todo en ella es grande. Una voz grande, un corazón grande, un estómago grande, un apetito grande. Pies grandes con arco y tobillos finos, una buena base para sostener su cuerpo grande sobre la tierra. Grandes manos patriarcales, ortodoxas. Manos para ser besadas. Dedos largos y torneados, hechos para bendecir y emanar la fragancia del mahalebi y del incienso. Manos hechas para dar. “Servíos, comed”, invitan sus manos abiertas sobre la mesa. “Que comas, te estoy diciendo. ¡Eso que te serviste no es nada!”.

Pero sobre todo, las manos de Loxandra están hechas para cargar a los recién nacidos.

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. Tatiana Ţîbuleac

Cubierta de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Tatiana TibuleacEl verano en que mi madre tuvo los ojos verdes
Tatiana Ţîbuleac
Madrid; Impedimenta, 2019
Título original: Vara în care mama a avut ochii verzi (2016)
Traductor: Marian Ochoa de Eribe

En El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes Tatiana Ţîbuleac aborda la compleja relación entre una madre y su hijo eligiendo para ello un camino sorprendente: de una forma brutal y hasta despiadada por una parte y delicada a más no poder por otra. El lector que se atreva a sumergirse en este torbellino de emociones debe saber que el choque al que se va a ver sometido en las primeras páginas (y más allá) no es poca cosa.

Porque Aleksey relata en un cuaderno que su psiquiatra le ha recomendado escribir, la relación no asimilada aún con una madre que le retiró su cariño tras la muerte demasiado temprana de su hermana y el abandono de su padre. El cuaderno comienza con un Aleksey enfermo de rabia y dolor saliendo de una institución psiquiátrica: su madre viene a recogerlo para pasar el verano. Casi a rastras logra llevárselo a una pequeña población francesa donde se instalan para pasar los meses de verano los dos a solas.

Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento.

Pero lo que cuenta Aleksey no es exactamente lo que siente. Naturalmente no hay palabras para ello. Sobre todo al principio. Es necesario leerle entre líneas, dejar que el fuego de su mente fulgure y se apague, apartar los árboles tronchados, las casas arrasadas por el vendaval, el humo y las cenizas, la sangre, para lograr ver con algo de claridad en el corazón de Aleksey, lo que en él crece de veras. Darle tiempo para que el proceso de elaboración vaya colocando en su mente las piezas. Y también, pues esta es una novela de poderoso lirismo, se hace necesario luchar contra el lenguaje en el que nos envuelve la autora, que bulle en oleadas bellísimas y afiladas, para deleitarnos y a la vez confundirnos.

Tal vez la novela sea una reflexión sobre cómo el dolor puede provocar el lado artístico en un ser humano. Yo me quedo con la batalla épica que alguien herido puede llegar a librar contra sus más terribles fantasmas, contra las pruebas más traicioneras a las que la vida te puede someter.

Nosotros en la noche. Kent Haruf

Cubierta de Nosotros en la noche, Kent HarufNosotros en la noche
Kent Haruf
Barcelona : Literatura Random House, 2016
Traducción: Cruz Rodríguez Juiz

Título original: Our souls at night (2015)

 

Un atardecer de mayo, en la localidad de Holt, Colorado, Addie Moore llama a la puerta de su vecino Louis Waters y le propone dormir con ella. Así sin más. No se conocen demasiado, ella piensa que él es amable y él que ella tiene aún una bonita figura y un carácter atractivo. Solo dormir, uno junto al otro, hablarse en la oscuridad, narrar la vida, porque lo peor de la soledad son las horas lentas de la noche. Él dice que sí. Los dos están viudos, han pasado de los setenta. La gente del pueblo no lo va a entender.

Por eso Louis sale de su casa por la puerta de atrás, muy tarde y regresa a primera hora. Al principio, cuando aún importan algo los comentarios malintencionados. Luego no. No hacen nada vergonzoso. Y, además, a quién le importa. Se cogen de la mano, apagan la luz, sienten la proximidad del otro, su peso en la misma cama. Se hablan sin trampas, les pasó la vida y ya no hay razón para no ponerla en palabras: por el aire cálido del dormitorio desfila una infidelidad, la pérdida terrible de seres queridos, el abismo en que se ha convertido la comunicación con los hijos.

Y el cariño que se va gestando. El miedo a perderlo.

Nosotros en la noche es una novela tan breve como delicada, sobria y emotiva, de sabor agridulce. Es la última obra de Kent Haruf, escrita cuando ya sabía que le quedaban pocos meses de vida. Está llena de ternura, respeto y piedad por sus personajes.

En 2017 se estrenó una versión cinematográfica dirigida por Ritesh Batra (director también de la deliciosa The Lunchbox en 2013) y protagonizada por Jane Fonda y Robert Redford.

El embalse 13. Jon McGregor

Cubierta de El embalse 13, Jon McGregorEl embalse 13
Jon McGregor
Barcelona: Libros del Asteroide, 2019
Traducción: Concha Cardeñoso
Título original: Reservoir 13 (2017)

Una historia tiene que comenzar por alguna parte. Una niña se ha perdido en la montaña. Se llama Rebecca, Becky o Bex. Es diciembre. Sus padres reservaron una cabaña para pasar las vacaciones y en una de las rutas la chica ha desaparecido. Tiene trece años, viste una sudadera blanca con capucha, un chaleco acolchado azul marino, vaqueros negros y zapatillas de lona. La niebla está baja, la tierra congelada. La conmoción de los habitantes del pueblo, los servicios de búsqueda, periodistas, buzos y policía desfilan por el primer capítulo del libro. El primero de trece. Cada uno abarca un año. Mes a mes, sin pausa. Todos empiezan con la misma frase: A medianoche, cuando llegó el Año Nuevo.

Cubierta de Reservoir 13, Jon McGregorLos acontecimientos se suceden. Jones, el bedel, debe reparar la caldera del colegio; James y su pandilla cuchichean a la espera del autobús al instituto; Jane Hughes, la vicaria, multiplica sus visitas; Jackson debe atender sus ovejas; un mirlo pasó volando bajo por el jardín del señor Wilson; la carnicería de Martin y Ruth no atrae la suficiente clientela. Naturaleza que despierta, se ensancha, declina, los primeros helechos comienzan a desenroscarse en la tierra negra y fría al pie de los fresnos. Los trabajos, las fiestas y conmemoraciones tienen sus fechas marcadas en el calendario. Los personajes repiten sus ocupaciones cada año, se enamoran, enferman, cometen errores, se decepcionan, mantienen secretos, viven vidas sencillas o complicadas. La nieve de los tejados se deshacía y caía con un ruido sordo que conmovía el aire quieto. En la memoria colectiva permanece como una herida que se va cerrando y que nunca se cierra la tragedia de la niña perdida, ¿qué edad tendría ahora? ¿Cómo va vestida? Dicen que la vieron bajando del páramo empapada. ¿Qué se sabe de sus padres? Los grillos cantaban entre el brezo y un escarabajo trepó  por la mano de Lynsey. La buscaron por todas partes.

El embalse 13 es una novela rural como ninguna que sigue a numerosos personajes que interaccionan entre sí y con su entorno: un paisaje insoportablemente hermoso, intolerablemente despiadado, indiferente a los planes de sus habitantes. La naturaleza que se regenera sin pausa, que cubre lo que falta, la vida y la muerte consigo misma, es la gran protagonista de la historia.

La otra protagonista es la singular estructura que vertebra la narración, que da cuenta de los acontecimientos mirando aquí y allá, dejando constancia de lo que pasa como quien entrega las armas ante la dictadura feroz del tiempo. Con la sabiduría suficiente, sin embargo, como para atrapar hasta el último instante la atención de sus lectores.

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