Ciencia, Tecnología y Sociedad en los estudios de Ingeniería / Pedro Costa Morata (editor)

Pedro Costa Morata (ed.): Ciencia, Tecnología y Sociedad en los estudios de Ingeniería. 

Anthropos / ETSI Sistemas de Telecomunicación – UPM, 2016. 

Traducida al terreno disciplinar, la finalidad y la utilidad de los estudios CTS resulta obvia; se trata de alfabetizar tecnológicamente a los estudiantes y profesionales de las humanidades y las ciencias sociales e, inversamente, tratar de que los miembros de la comunidad técnica adquieran más conciencia del contexto social en el cual trabajan. Pero la significación del CTS es global y eminentemente social, más allá del mundo de la enseñanza o de las necesidades de la interdisciplinariedad, es decir que se trata de “capacitar a los ciudadanos en general para participar en el proceso democrático de toma de decisiones y se promueva la acción ciudadana encaminada a la resolución de problemas relacionados con la tecnología en la sociedad industrial” (p. 68) 

A lo largo de los años, varias han sido las iniciativas en nuestra Universidad consagradas al acercamiento entre las enseñanzas en ella impartidas –una mayoría abrumadora de ingenierías- y las ciencias humanas y sociales. A título de ejemplo bibliográfico recordemos los reiterados ciclos de conferencias sobre Humanidades, Ingeniería y Arquitectura editados por el profesor Atanasio Lleó. Además, numerosas actividades culturales –tanto de la Universidad como de sus centros respectivos- han ido en esa línea. Pero una cosa es el encuentro y mutuo aprecio entre ambas esferas y otro el estudio e investigación sistemáticos de la articulación entre ciencia y tecnología, y la sociedad humana de la que estas son fruto y que a su vez experimenta en su propio curso vital las consecuencias del desarrollo de aquellas. En esto consiste justamente la disciplina CTS (Ciencia, tecnología y sociedad), un campo de conocimiento que no ha dejado de expandirse y cobrar creciente interés en España a caballo de los nuevos planes de estudio surgidos en los años 2000 y destinados a homologar las titulaciones en la Unión Europea.  

Respecto a este contexto el libro que os presentamos tiene de algún modo una doble funcionalidad: por un lado recoge los testimonios y enfoques de experimentados profesores implicados a fondo en el desarrollo de asignaturas de este tipo en varios centros; por otro, muestra una introducción a los contenidos CTS tal y como se pusieron en marcha en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería y Sistemas de Telecomunicación del Campus Sur UPM. Esta segunda parte a cargo del profesor Costa Morata se titula muy modestamente Programa pero en realidad consiste en un jugoso ensayo de interpretación en toda regla, con una reflexión profunda sobre la exorbitante tecnificación global de nuestra época y la consiguiente responsabilidad social de la tecnología. Tras la lectura del libro y a la vista de los acontecimientos históricos vividos en 2020, a uno no le cabe duda de la necesidad formativa en Ciencia, Tecnología y Sociedad, ante la complejidad exponencial que se nos viene encima.  En fin, si hay un libro especialmente no-solo-técnico es este; de modo que -aunque seamos un poco juez y parte al ser un trabajo surgido de la UPM- vale la pena volver sobre él cuanto sea preciso. 

A pesar de no llegar a conocer Internet ni la revolución microinformática, los análisis de McLuhan resultaron proféticos. Los medios de comunicación de masas han convertido el planeta en una aldea, una gran aldea planetaria pero aldea al fin y al cabo. El principio que destaca en este concepto es el de un mundo interrelacionado, con estrechez de vínculos económicos, políticos y sociales, producto de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), particularmente Internet, como disminuidoras de las distancias y de las incomprensiones entre las personas y como promotoras de la emergencia de una conciencia global a escala planetaria, al menos en la teoría. (p. 150) 

CTS en: Biblioteca UPM.

Pedro Costa Morata en: Biblioteca UPM.

En el café de la juventud perdida / Patrick Modiano

Patrick Modiano:

En el café de la juventud perdida (traducción de María Teresa Gallego Urrutia).

Anagrama, 2008-

Versión original en francés:

Dans le café de la jeunesse perdue. Gallimard (Folio), 2009-

Me saqué del bolsillo el sobre y estuve mirando mucho rato las dos fotos de carnet. ¿Dónde estaría ahora? ¿En un café, como yo, sentada sola a una mesa? Seguramente se me ocurría eso por la frase que había dicho él hacía un rato. “Uno intenta crear vínculos…” Encuentros en la calle, en una estación de metro en hora punta. En momentos de esos habría que sujetarse mutuamente con unas esposas. ¿Qué vínculo podría resistir a esa oleada que nos arrastra y nos lleva a la deriva? (p. 48)

¿Quién es capaz de resistirse a un título de resonancia tan panorámica y evocación tan proustiana? Una novela más bien corta sin embargo, para cuya fabricación se requieren la mirada curiosa, la ilusión y la audacia de un niño, y la perspectiva de un veterano.

Me ha parecido que la escritura de Modiano hereda algo de la morosidad y economía de medios expresivos de Queneau, con el que comparte también una especie de pequeña épica urbana: un París en el que se cruzan intelectualidad y snobismo, casticismo y cosmopolitismo de aluvión. Los protagonistas son esbozados con rapidez pero en seguida se nos vuelven familiares, operativos y tan cargados de significación como las escuetas figurillas del historietista Jean-Jacques Sempé, gran amigo de Patrick. Seres que deambulan entre la deriva y el encanto, entre el tedio y la oculta magia posible tras la rutina cotidiana.

Más allá de los clichés sobre la flânerie, el tratamiento del espacio urbano por Modiano me remitió asimismo a la Poética del espacio de Gaston Bachelard y a Los no-lugares de Marc Augé. Ignoro si estos autores han podido influirle consciente y directamente, pero en este Café de la juventud perdida él parece ingeniárselas para convertir esos no-lugares públicos de tránsito en verdaderos espacios configurados por el sentido que los personajes -desarraigados de sus propios domicilios privados y tal que pequeños dioses- les otorgan. La propia ciudad se convierte en un seno u hogar materno al que huir hacia afuera, frente a la desolación interior. Desde este punto de vista, Modiano, nacido justo en el emblemático 1945, puede ser considerado como un eficaz pintor literario del París postindustrial. Porque además, no es poco lo que esos personajes dejan traslucir de la percepción y vivencia de la ciudad por el propio autor. Por otro lado la novela ha sido etiquetada en alguna ocasión como “policíaca” pero me parece más bien existencial y filosófica que otra cosa, incluso admitiendo sus ingredientes detectivescos; y en cualquier caso es bastante onírica e híbrida: con elementos tanto realistas como surrealistas.

¿Alguna conclusión a la salida del café? Acaso más que París, siempre nos quedarán la lógica y el sentimiento.

Por las noches, al salir de la librería, me sorprendía encontrarme en el bulevar de Clichy. No me apetecía mucho bajar hasta Le Canter. Los pies me llevaban hacia arriba. Ahora me agradaba subir las cuestas o las escaleras. Contaba todos los peldaños. Al llegar al número 30 sabía que estaba salvada. Mucho después, Guy de Vere me hizo leer Horizontes perdidos, la historia de unas personas que suben por las montañas del Tibet, hacia el monasterio de Shangri-La, para descubrir los secretos de la vida y de la sabiduría. Pero no merece la pena ir tan lejos. Me acuerdo de mis paseos nocturnos. Para mí, Montmartre era el Tibet (p. 83)

Nuestras riquezas: una librería en Argel / Kaouther Adimi

Kaouther Adimi:

Nuestras riquezas: una librería en Argel (traducción de Manuel Arranz Lázaro).

Libros del Asteroide, 2018.

Versión original en francés:

Nos richesses. Points, 2018.

· ¿Destruir una librería, eso es un trabajo?

· Estoy en prácticas.

· ¿En prácticas? ¿Quieres ser destructor de librerías? ¿Es eso una profesión?

· No, ingeniero.

· Los ingenieros construyen, no destruyen.

· Tengo que hacer prácticas de aprendiz.

· Pero ¿tú eres ingeniero o aprendiz? (p. 56)

Como sucede con las pelis de carretera, la narrativa sobre librerías ya se ha convertido casi en un género en sí mismo. No soy asiduo de él, pero Nuestras riquezas puede considerarse un ejemplar de raigambre mediterránea que me ha encantado. Novela no muy larga, está muy bien armada y documentada, tiene un ritmo pausado pero airoso, y articula de manera inteligente personajes, lugares y momentos históricos diversos. Me ha resultado muy sugestivo el tratamiento de los protagonistas, varones de condiciones y circunstancias variopintas, por parte de una joven autora. La épica librera vuelve a presentar aquí batalla frente a los embates de la Historia a lo largo de ochenta años bastante entretenidos, por decirlo suavemente. Hay lugar también para el mundo editorial y bibliotecario, identidades cruzadas si no anudadas en torno a los libros. En fin, encontraremos tantas cosas en el centro del relato: el trabajo, los sentimientos, el talento, la pasión por la literatura, el sentido -a veces también su ausencia- de la contingencia y trascendencia humanas. Mucho por descubrir en menos de 200 páginas de escritura primorosa. Aun siendo narrativa, la obra tiene su aroma y potencial dramáticos por el peso otorgado a monólogo y diálogo, buena parte de la acción concentrada en un espacio acotado, y la intervención de la voz colectiva del pueblo a modo de coro de tragedia clásica.

Kaouther Adimi (Argel, 1986) obtuvo por Nuestras riquezas el Renaudot des lycéens de 2017, uno de los varios premios franceses que promueven la vinculación con la creación literaria entre los jóvenes desde etapas educativas previas a la experiencia universitaria. De hecho muy metaliteraria, la novela ofrece un montón de suculentas pistas de lectura, empezando por la sugerida por el propio título y que podréis descubrir a su debido tiempo; y muy en especial sobre la escuadra de grandes autores que se movieron entre Argelia y Francia en los años de mediados del siglo XX y de los cuales Albert Camus -de cuyo fallecimiento se cumplen sesenta años en 2020- fue sin duda el más célebre.

Libros, medios, fines, literatura, cultura, requiem …podrían ser palabras-clave para Nuestras riquezas. Servíos…

17 de diciembre de 1938.

Todavía hoy la mayoría de los clientes están interesados únicamente en los últimos premios literarios, He tratado de descubrirles a nuevos autores, animarlos a comprar El revés y el derecho de Camus, pero en vano. ¡Yo les hablo de literatura, ellos me hablan de autores de éxito! (p. 69)

Discurso del método / René Descartes

Título completo y ediciones recientes sugeridas:

Discurso del método para bien conducir la razón y buscar la verdad en las ciencias. Edición y traducción de Pedro Lomba Falcón. Editorial Trotta, 2018.

Discours de la méthode : Pour bien conduire sa raison, et chercher la vérité dans les sciences. J’ai Lu, 2018.

Gustaba, sobre todo, de las matemáticas, por la certeza y evidencia de sus razones; pero aún no conocía su verdadero uso, y al pensar que sólo servian para las artes mecánicas, me extrañaba de que, siendo sus cimientos tan firmes y sólidos, no se hubiese construido sobre ellos nada más elevado (de la Primera Parte, Revisión de la cultura adquirida en los libros

Después de tanta marginación, podría ser que la Filosofía volviera a estar de moda. Para que no nos pille desprevenidos, nada mejor que degustar algún clásico. Si entre los modernos alguno merece realmente este título, ha de ser el Discurso del método (1637) de René Descartes (1596-1650). Aunque ampliamente difundido como libro independiente, en origen fue escrito como prólogo a un conjunto de Ensayos filosóficos sobre Dióptrica, Meteoros y Geometría. Se trata pues de un texto imbricado completamente en la labor científica pura a la que se dedicaba con intensidad su autor.

El Discurso requiere una lectura sosegada y atenta. Los párrafos son largos, pero la prosa es limpia y directa, y el tono mantiene en todo momento la calidez de la confesión y el testimonio personal, con referencias autobiográficas. Téngase en cuenta que fue escrito en lo que en la época aun se consideraba lengua vulgar -en francés nativo- al contrario de usar el latín que era lo habitual entonces para los ensayos y tratados. Hay una clara intención de cercanía al lector.  Y como buen prólogo no es tampoco excesivamente extenso. En él Descartes parece buscar y moverse en un elegante equilibrio entre la crítica y la prudencia, de tal forma que su obra, aparte del valor puramente reflexivo, se podría percibir como una sugestiva propuesta de conducta vital. Persiste en una separación entre fe religiosa y trabajo científico que se corresponde enteramente con las necesidades filosóficas de su contexto social histórico:  o sea la supervivencia y conllevancia de un orden basado en el cristianismo tradicionalista con los incipientes avances de la revolución científica de la que el propio autor era protagonista, y cuyo desarrollo precisaba emanciparse del formalismo escolasticista. Desde este punto de vista esta filosofía es un claro precedente de nuestro concepto contemporáneo de laicidad que se formulará en los siglos posteriores.

Hay datos interesantes y significativos en la vida personal de Descartes que, en la vorágine ideológica de la Europa occidental de su tiempo, parecen situarle en aquella transversalidad simbolizada en un principio por Erasmo. Católico-romano confeso, se educó en una Francia con un cierto grado de libertad religiosa, en la que todavía no se había revocado el Edicto de Nantes. Más tarde encontró una residencia idónea para sus actividades intelectuales en la mayoritariamente reformada Holanda -país que elogia de forma expresa- y terminó su vida en Suecia. Aunque Descartes no fuera protestante, se antoja una trayectoria cruzada en sentido contrario con la de algunos artistas de la época como Dowland o Vermeer, conversos al catolicismo por oportunidad social o falta de sintonía con la austeridad estética propia de la confesiones reformadas.

La lectura del Discurso es un buen remedio contra el pesimismo histórico. Por un lado Descartes tenía un agudo sentido de la evolución de la ciencia, intuía las perspectivas que se abrirían en el futuro con los avances del racionalismo y la experimentación y en beneficio del bienestar de las personas ; y por otra parte, desde nuestra época podemos apreciar algunos tremendos errores -por ejemplo de anatomía- repetidos en su obra, lo que da una idea del progreso obtenido por la Humanidad en menos de cuatrocientos años. 

Pero tan pronto como adquirí algunas nociones generales de física y, comenzando a ponerlas a prueba en varias dificultades particulares, noté hasta dónde pueden conducir y cuánto difieren de los principios empleados hasta el presente, creí que no podría tenerlas ocultas sin pecar gravemente contra la ley que nos obliga a procurar el bien general de todos los hombres, en cuanto esté en nuestro poder (de la Sexta Parte, Utilidad de la ciencia, consideraciones diversas)

René Descartes en: Biblioteca UPM.

Los surcos del azar. Paco Roca

Paco Roca: Los surcos del azar.
Ed. ampliada. Bilbao: Astiberri, 2019.

– Hay una película que me gusta mucho, “Los violentos de Kelly”. Pensaba hacer algo así, pero con los republicanos españoles. ¿Conoce la película?

– No soporto las películas americanas de guerra. Parece que ellos solos la ganaran. ¡Eso es mentira! (p. 118)

Es muy probable que mi primer contacto visual y mental con La Nueve se remonte a algunos fotogramas de ¿Arde París? (René Clément, 1966), una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Larry Collins y Dominique Lapierre, que debió estrenarse en España a finales del franquismo o como muy tarde principios de la Transición, y en cualquier caso cuando la oleada de cine bélico aliadófilo era ya imparable frente a la menguante retórica falangista sobre la Segunda Guerra Mundial. Siquiera unas pocas imágenes de blindados con nombres españoles enseñoreándose de los grandes escenarios urbanos de París y a la zaga de unas fuerzas nazis puestas en fuga, no pueden dejar indiferente a nadie con un mínimo sentido de la Historia. Aquello no podía ser un acontecimiento cualquiera de modo que ¿cómo no estaba más presente en el imaginario público español de mediados de siglo?

Buena pregunta para seguir alimentando el eterno debate sobre qué prevalece como causa de la Historia: si los condicionamientos previos o el peso de la suerte. Entra en escena don Antonio Machado, causante parcial de un cómic del siglo XXI, con sus Proverbios y Cantares (Campos de Castilla, 1912):

¿Para qué llamar caminos

a los surcos del azar?…

todo el que camina anda,

como Jesús, sobre el mar.

Los surcos de 2013 –fecha de su primera edición- arrancan con un personaje aún joven en búsqueda de una realidad velada –públicamente ninguneada-, pero atesorada por un anciano. Un esquema habitual para la Historia oral contemporánea, y que no es nuevo en ficción: recordemos Soldados de Salamina, de Javier Cercas llevada al cine por David Trueba y tan emparentada con Los surcos. No importa, cada uno aporta lo suyo para un asunto inagotable al que la evolución social, cultural y política española de los últimos ochenta años no ha dejado muchas otras vías de abordaje -investigación académica aparte- que la memoria de individuos anónimos y dispersos.

Sin embargo, no se encontrará en Los surcos una épica facilona y complaciente. Uno de sus grandes logros es mostrar a todas luces la complejidad política interna del conflicto mundial -muy evidente en el caso francés- más allá de los clichés sobre potencias de ideología homogénea, popularizados por la propaganda y buena parte del cine postbélico. A pequeña escala, los personajes se ven zarandeados por las circunstancias, separaciones, casualidades, convivencias sobrevenidas y desgarros interiores, en un contexto de violencia descomunal. De hecho los alineamientos iniciales de los protagonistas, fraguados en la pasada contienda española y cada uno con sus peculiaridades, van matizándose a medida que avanza su experiencia en el nuevo conflicto y bajo el peso aplastante de la incertidumbre sobre su futuro.

El libro desborda intensidad, con un guion depurado, muy buena documentación y escenografía seductora viñeta a viñeta. En su desarrollo se cruzan tres elementos frecuentes en la trayectoria de Paco Roca: la vejez; el interés por la Historia contemporánea y su incidencia efectiva en la vida de la gente corriente; y su propia presencia como personaje un tanto antiheroico. Una sutil pero terminante dimensión ética recorre el relato: conciencia, reflexión y expiación personal y colectiva, de y por los personajes de aquel entonces y quienes contemplamos desde nuestro presente unos hechos tan terribles como trascendentes. 

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