Ghost in the shell, el anime

 

¿Y puedes ofrecerme pruebas de tu existencia? ¿Cómo puedes, cuando ni la ciencia moderna ni la filosofía pueden explicar qué es la vida?

Se denomina ciberpunk al subgénero de la ciencia ficción caracterizado por presentar futuros distópicos hipertecnificados. En ellos, el ser humano vive en megaurbes degradadas, las grandes corporaciones luchan por el poder y el mundo sufre las consecuencias de la sobreexplotación de recursos, las guerras y el mal uso de la energía nuclear.

El ciberpunk nació como corriente literario-cinematográfica a principios de los años 80. Sin embargo, habría que esperar hasta 1995 para que fuera estrenada la que hoy es considerada una de las obras maestras del género. Nos referimos a la imprescindible Ghost in the shell, anime dirigido por Mamoru Oshii basado en el manga del mismo título de Masamune Shirow.

Ghost in the shell se ambienta en el año 2029, cuando los avances tecnológicos han hecho posible la mejora y reparación del cuerpo humano hasta límites impensables para nosotros. Algo, en principio, muy positivo pero que tiene un grave inconveniente. Y es que, al igual que sucede con las computadoras, los híbridos humano-máquina (cíborgs) son susceptibles de ser pirateados, como bien sabe el “Titiritero”. Un habilidoso hacker que, mediante la manipulación cerebral, consigue que otros cometan por él actos de ciberterrorismo con el fin de alterar el orden mundial.

 

– El “Titiritero”… ¿Es el hacker fantasma, no?

– Todos creen que se trata de un americano. Su edad, sexo, historia personal… Todo sobre él se desconoce. Desde el invierno pasado ha estado operando en la Comunidad Europea. Es buscado internacionalmente por varios cargos como manipulación de información, espionaje, ingeniería política, terrorismo, y violación de la privacidad ciber-cerebral.

Al comenzar Ghost in the shell, el escurridizo “Titiritero” está siendo perseguido por la Sección 9. Unidad de la policía japonesa especializada en la investigación de delitos informáticos, este cuerpo de seguridad tiene por jefa de asalto a la mayor Motoko Kusanagi.

Debido a razones que no se nos explican, Kusanagi sólo conserva de su ser original una pequeña parte del cerebro (aquella en la reside su autoconsciencia o ghost). Un diminuto cúmulo neuronal que se ha introducido en un cuerpo robótico (shell). De ahí el título de la película. Y de ahí la compleja personalidad de la mayor, quien duda de su humanidad y se siente aprisionada en un caparazón que, aunque la mantiene con vida, rechaza.

Así como son muchas las partes que definen a un ser humano como tal se necesita un gran número de cosas para conformar a un individuo. Un rostro para distinguirte de los demás. Una voz de la que tú mismo no eres consciente. La mano que observas cada vez que despiertas. Las memorias de la infancia, la conciencia del futuro. Pero eso no es todo. Existe una vasta red de datos a la cual mi cíber-cerebro puede acceder. Todo eso es lo que me constituye, dando origen a una conciencia que puedo llamar “yo”. Y a la vez me confina dentro de mis propios límites.

Pasa el tiempo y el “Titiritero” sigue sin ser capturado. Mientras tanto, Motoko se ha obsesionado con la idea de que, al ser capaz de invadir los cíborgs sin perder su identidad, el hacker podría enseñarle a trascender la materia conservando su yo. Tal creencia, y la certeza de que el enigmático personaje intenta contactar con ella, la llevan a unirse a Batou, su fiel camarada, para iniciar una investigación secreta que desembocará en un impactante descubrimiento.

Simplemente fascinante. Así es Ghost in the shell. Película densa, dotada de una profunda carga filosófica, que, más allá de sus escenas de acción y sus efectos especiales, nos ofrece imágenes para el recuerdo. Como esa en la que el escultural shell de la mayor Kusanagi emerge del líquido donde se ha montado mientras suena una enigmática canción tradicional japonesa.

Ghost in the shell en la Biblioteca UPM

No creo poder tocar el cielo con las manos. Safo

HABLEMOS DE SAFO, NUESTRA SEÑORA DE LESBOS

Venga, lira mía

de caja de tortuga,

dime, cobra voz.

Corría el s. VII a. de C. cuando en la isla griega de Lesbos nació una niña destinada a la inmortalidad. Aquella damita recibió el nombre de Safo y, bendecida por las Musas, llegaría a convertirse en una de las grandes figuras de la lírica de la antigüedad.

Yacerás muerta, y de ti no quedará ningún recuerdo

en los tiempos a venir, pues no tienes tu parte

de las rosas de Pieria. Vagarás desapercibida

por la mansión de Hades, entre las sombras de los muertos.

Como la manzana dulce

que enrojece en lo alto de una rama,

en lo alto más alto,

y se la dejan los cosechadores;

o no, no se la dejan,

Es que no pueden alcanzarla.

Para muchos Safo es, simple y llanamente, la poetisa del amor entre mujeres. Para mí es algo más: la ferviente devota de Afrodita que cantó a la sensualidad y al deseo, a la melancolía y la belleza.

‘Safo y Erinna en un jardín en Mytilene’ (Simeon Solomon, 1864). Fuente: Wikimedia Commons (https://bit.ly/3uNnI7g).

Afrodita inmortal de trono cincelado,

hija de Zeus, urdidora de engaños, te ruego

no domeñes con ansias ni desasosiegos

mi corazón, señora; . . .

Me parece igual a los dioses

el hombre que se sienta enfrente de ti

y te escucha de cerca cuando hablas

con ternura

y cuando ríes seductora. Entonces

el corazón me tiembla dentro del pecho

pues en cuanto te miro no me sale

ni un hilo de voz, . . .

Yo amo la delicadeza. Esto,

el amor reluciente por el sol, y la belleza,

me han tocado en suerte.

Todos los poemas recogidos en este texto han sido tomados de:

SAFO (2017). ‘No creo poder tocar el cielo con las manos’. Poesía portátil. Penguin Random House. Barcelona.

Un libro cuya lectura recomiendo.

Safo en la Biblioteca UPM

El jardín secreto de Virginia Woolf. Lady Desidia

Cubierta de El jardín secreto de Virginia Woolf, Lady Desidia

Barcelona : Lunwerg Editores, 2020

La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Porque Lucy ya tenía suficiente trabajo.

Virginia Woolf (1925), La señora Dalloway.

Muchos son los libros publicados hasta la fecha sobre Virginia Woolf. Ahora bien, probablemente ninguno de ellos sea tan especial como El jardín secreto de Virginia Woolf (Lunwerg Editores, 2020). Un original ensayo por cuyas páginas desfilan tanto la escritora, como una serie de interesantes figuras femeninas relacionadas de alguna manera con ella. Y en más de un caso, también con la botánica. Algo que no debe sorprendernos, pues la autora e ilustradora de esta obra no es otra que Lady Desidia (Vanessa Borrell), artista conocida por sus delicadas representaciones de mujeres florales. Borrell suele pintar acuarelas, pero en este libro incluye, además, sanguinas, carboncillos e, incluso, fotografías de los bordados de su madre, consiguiendo así unos resultados realmente encantadores.

El jardín secreto comienza con un capítulo dedicado a Elizabeth Siddal (1829-1862). La frágil belleza de cabellera rojiza que, aunque cultivó la poesía y la pintura, hoy es recordada sobre todo por haber sido la musa y desgraciada esposa de Dante Gabriel Rossetti, el más carismático de los prerrafaelistas

Regina Cordium

Regina Cordium (Dante Gabriel Rossetti, 1860). Retrato de bodas de Elizabeth Sydall. Fuente: Wikimedia Commons (https://bit.ly/3el1iSo).

El Amor me sostiene a través del día,
Y en sueños me acompaña por las noches,
Ningún mal puede acechar mi vida,
Pues mi espíritu es ligero como las flores.

Elizabeth Siddal (c. 1855), El paso del amor.

Vanguardia artística victoriana para la que la vegetación jugaba un importante papel simbólico, el prerrafaelismo influyó en la obra de la feminista y pintora Evelyn de Morgan (1855-1919).

Jane Burden (1839-1914) ha pasado a la posteridad como modelo y amante rosettiana, olvidándose por lo general que con su trabajo como diseñadora y bordadora en la Morris and Co., empresa cocreada por William Morris, su marido, contribuyó al éxito del Arts & Crafts. Movimiento que aspiraba a llevar el arte a todas las clases sociales y para el que la naturaleza, en general, y las flores, en particular, eran las mejores fuentes de inspiración.

Implicada en la lucha por los derechos sociales, May Morris (1862-1938) fue discípula aventajada de su madre y una gran artista textil cuyos diseños, basados en patrones vegetales, siguen teniendo un gran éxito.

Autora de embelesadores versos, que con frecuencia aluden a las flores, la torturada Christina Rossetti (1830-1894) es considerada una de las más destacadas poetisas de la Inglaterra victoriana.

Mientras las rosas son rojas,
mientras los lirios son tan blancos,
¿va una mujer a exaltar sus rasgos
sólo para brindar placer?

Christina Rossetti (1866), La belleza es vana.

El siglo XIX trajo consigo el cianotipo. Técnica de impresión monocroma utilizada por la fotógrafa, dibujante y botánica Anna Atkins (1799-1871) para ilustrar su Photographs of British Algae: Cyanotype Impresssions (1843-1853), el primer fotolibro del que tenemos constancia. Una obra en la que las imágenes fantasmales de las algas destacan sobre un fondo azul Prusia que recuerda al mar.

Photographs British Algae

Portada y una de las láminas de Photographs of British Algae. Fuente: The New York Public Library (Digital Collections) (https://on.nypl.org/3en0z35).

Atkins fue autora, junto con Anne Dixon, del Album of Cyanotypes of British and Foreign Ferns (Álbum de cianotipos de helechos británicos y extranjeros) (1953), cuya publicación coincidió con la pteridomanía o fiebre de los helechos. Curiosa enfermedad victoriana de la que no se libró ni la mismísima Charlotte Bronte.

Izquierda: Portada de Album of Cyanotypes of British and Foreign Ferns. Fuente: Science Museum Group (https://short.upm.es/5vu7z). Derecha: La recolectora de helechos (Charles Sillem Lidderdale, 1877). Fuente: Wikimedia Commons (https://short.upm.es/ctqjt)

Izquierda: Portada de Album of Cyanotypes of British and Foreign Ferns. Fuente: Science Museum Group (https://short.upm.es/5vu7z). Derecha: La recolectora de helechos (Charles Sillem Lidderdale, 1877). Fuente: Wikimedia Commons (https://short.upm.es/ctqjt)

Fotógrafa prerrafaelista conocida por sus retratos de mujeres y niños, Julia Margaret Cameron (1815-1879) tomó como musa a la bella Julia Prinsep Jackson. Su sobrina y madre de Virginia Woolf y Vanessa Bell (1879-1961). Esta última fue una artista plástica innovadora, que diseñó las cubiertas de los libros de su hermana, ayudó a introducir el impresionismo en Gran Bretaña y cofundó los Omega Workshops.

Vanessa vivió la mayor parte de su vida en Charleston (Sussex), una granja dotada de un jardín que reformó junto a su compañero, Duncan Grant. Aquí disfrutaba recibiendo a intelectuales, escritores y artistas como la excéntrica pintora Dora Carrington (1893-1932), que colaboró con ella.

La botánica y magnífica acuarelista Gertrude Jeckyll (1843-1932), quien trabajó para el ya mencionado William Morris, revolucionó el arte de la jardinería gracias a su conocimiento de los principios del Arts & Craft y a la aplicación de su teoría del color.

Curiosamente, habrá que esperar hasta llegar al final de El jardín secreto para leer el capítulo del libro dedicado a Adeline Virginia Stephen, más conocida como Virginia Woolf (1882-1941). La fascinante escritora y editora a la que Vanessa Borrell homenajea con su primera obra literaria, en la que su autora confiesa haber puesto ‘muchísimo amor’. Un trabajo sensible y refinado, muy bien documentado y escrito, cuya lectura y contemplación constituyen un auténtico placer.

Virginia Woolf y Vanessa Bell

Virginia Woolf (izquierda) y Vanessa Bell (derecha) de niñas, jugando al cricket en Talland House (1894). Fuente: Wikimedia Commons.

¡Ah, las flores!. Espuelas de caballero, guisantes de olor, ramos de lilas; y claveles, grandes cantidades de claveles. También había rosas, lirios. ¡Ah, sí! Aspiró el dulce olor del jardín terrenal mientras hablaba con la señorita Pym … Y era el momento entre las seis y la siete cuando todas las flores -rosas, claveles, lirios, lilas- brillaban; blanco, violeta, rojo, naranja intenso; cuando todas las flores parecían arder con un fuego interior, suavemente, con gran pureza, en los macizos neblinosos; ¡cómo le gustaban a Clarissa las mariposas nocturnas, grises y blancas, revoloteando sobre la valeriana, sobre las prímulas!.

Virginia Woolf (1925), La señora Dalloway.

Virginia Woolf en la Biblioteca UPM

El cuento de la criada. Margaret Atwood

Cubierta El cuento de la criada, Margaret AtwoodEl cuento de la criada
Margaret Atwood
Barcelona : Salamandra, 2017
The Handmaid’s Tale (1985)
Traducción: Elsa Mateo Blanco

HISTORIA DE DEFRED, LA CONCUBINA

Raquel, viendo que no daba hijos a Jacob, estaba celosa de su hermana, y dijo a Jacob: ‘Dame hijos o me muero.
Airóse Jacob contra Raquel, y le dijo: ‘¿Por ventura soy yo Dios, que te he hecho estéril?
Ella le dijo: ‘Ahí tienes a mi sierva Bala; entra a ella, que para sobre mis rodillas y tenga yo prole por ella’.
Diole, pues, su sierva por mujer, y Jacob entró a ella.
Concibió Bala y parió a Jacob un hijo, y dijo Raquel: ‘Dios me ha hecho justicia, me ha oído y me ha dado un hijo’;
por eso le llamó Dan.’

Génesis 30, 1-6.

En un futuro no muy lejano, un golpe de estado ha convertido a los Estados Unidos en la República de Gilead. Una dictadura teocrática gobernada con mano férrea por los comandantes o hijos de Jacob. Fanáticos religiosos que han abolido los derechos civiles y políticos, dividiendo la sociedad en castas y oprimiendo a las mujeres y a las minorías.

Debido a causas como la contaminación ambiental, hace tiempo que una epidemia de esterilidad (supuestamente femenina) azota Gilead. A consecuencia de ésto, en el país apenas nacen niños y los que nacen son hijos de criadas. Mujeres fértiles de las clases inferiores que, al igual que las concubinas bíblicas, tienen como misión proporcionar a sus amos (los comandantes y sus esposas, en este caso) la descendencia que ellos no pueden concebir. Defred, protagonista y narradora de ‘El cuento de la criada’, es una de estas esclavas reproductoras.

Separada a la fuerza de su familia, nuestra heroína ha ido a parar, previa formación y adoctrinamiento en un centro especial, a casa del comandante Fred. Una vez allí, ha perdido su auténtico nombre (que nunca conoceremos) para adoptar el de su amo precedido por el prefijo de (por eso ahora se llama Defred). Algo que deja bien claro su condición de pertenencia.

Margaret Atwood en el Festival Literario de Austin (Texas) del 2015. Autor: Larry D. Moore. Fuente: ‘Wikimedia Commons’ (https://bit.ly/3dlb31r).En el hogar de su amo, Defred disfruta de ciertos privilegios que le están negados al resto del servicio. Por ejemplo: una alimentación mejor que la de sus compañeros o un paseo diario que debe dar, eso sí, vigilada y vestida con el uniforme de las criadas (un largo hábito rojo y una cofia blanca que, además de señalarla como perteneciente a esta casta, la mantienen a salvo de miradas indiscretas). Pero Defred no se deja engañar. Sabe muy bien que la razón de estas concesiones no es hacer su vida más llevadera, sino que se encuentre en óptimas condiciones de salud cuando cada mes llegue su día fértil y tenga lugar la Ceremonia. Un ritual, inspirado en ciertos versículos del Antiguo Testamento, en el que es violada por el comandante, en presencia de la esposa de éste, con el fin de que quede embarazada de un niño que le será arrebatado nada más nacer.

‘El cuento de la criada’ fue publicado en 1985 por la escritora Margaret Atwood, quien trata en esta distopía feminista una serie de temas (los fundamentalismos, la vulneración de los derechos humanos en general y de la mujer en particular,…) que por desgracia están de actualidad.

Margaret Atwood en la Biblioteca UPM

Hombres buenos. Arturo Pérez-Reverte

Cubierta de Hombres buenos, Arturo Pérez ReverteHombres buenos
Arturo Pérez-Reverte
[Barcelona] : Alfaguara, 2015

En busca de la enciclopedia prohibida

Reunido en su sede de la Casa del Tesoro y obtenidos los necesarios permisos del Rey Nuestro Señor y de la Autoridad Eclesiástica, el pleno de la Real Academia Española aprueba por mayoría designar entre los señores académicos a dos hombres buenos que, provistos de los correspondientes viáticos para transporte y subsistencia, viajen a París para adquirir la obra completa conocida como ‘Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers’, y la traigan a la Academia para que, en su biblioteca, quede en disposición de libre consulta y lectura para los miembros de número de esta institución.

Arturo Pérez-Reverte (2016), “Hombres buenos”.

Portada del primer tomo de la primera edición de la “Encyclopédie”. Fuente: Wikimedia Commons (http://minilink.es/442y).

Portada del primer tomo de la primera edición de la “Encyclopédie”. Fuente: Wikimedia Commons (http://minilink.es/442y).

Nos hallamos en 1781, año en el que la famosa “Encyclopédie”, monumental compendio del saber ilustrado, sigue prohibida en España. Ante semejante panorama, la Real Academia de la Lengua, que considera esta obra imprescindible, decide enviar a dos de sus miembros a París para que la adquieran allí. Los elegidos serán don Pedro Zárate (alias el “Almirante”) y el bibliotecario don Hermógenes Molina (don Hermes para los amigos).

Sexagenarios ambos, los encargados de traer las luces de la razón a nuestro país no pueden ser más distintos. Así, mientras que el elegante don Pedro es un hombre adusto y escéptico, don Hermes es religioso, bonachón y desaliñado. Sin embargo, la buena educación y el respeto que se profesan mutuamente harán que, desde el primer momento, los dos caballeros convivan en harmonía.

Ignorantes de que sobre ellos planea la sombra de un peligroso complot que pretende evitar a toda costa que la “Encyclopédie” llegue a España, don Pedro y don Hermes parten hacia Francia. Su esforzada empresa les llevará a enfrentarse a saboteadores, bandoleros, funcionarios corruptos, matasanos y amantes despechados. Pero también, les deparará la oportunidad de participar en la vida social y cultural del fascinante París prerrevolucionario y, sobre todo, de conocer tanto a famosos ilustrados como a personajes interesantes, pintorescos y hasta seductores.

Complejo ejercicio metaliterario que conjuga hábilmente realidad y ficción, “Hombres buenos” tiene su origen en la investigación que Pérez-Reverte inició al descubrir que la “Encyclopédie” atesorada por la RAE llegó allí cuando todavía estaba prohibida en nuestro país. Investigación que es rigurosamente detallada por el supuesto autor del libro. Un académico de la Lengua, anónimo y bibliófilo, creador de dos personajes a los que se termina cogiendo cariño. Dos eruditos, auténticos adalides del diálogo respetuoso y de la educación y la cultura, que, tras mil peripecias, terminan unidos por una inquebrantable amistad.

Arturo Pérez-Reverte en la Biblioteca UPM

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