La casa de mi padre, Jaime Izquierdo Vallina

Cubierta de La casa de mi padre, Jaime Izquierdo VallinaLa casa de mi padre

Jaime Izquierdo Vallina

Editorial KRK

Con el alma defenderé la casa de mi padre con este verso de Gabriel Aresti comienza el libro, de 2012, a caballo entre la novela (ligera), el ensayo (meditado), y las notas auto-biográficas (sentidas). Algunas veces el peso de nuestros pensamientos requieren el bálsamo de esta mixtura para poder ser transmitidos, y éste es el efecto conseguido.

El argumento podría quizás resumirse así: un joven ingeniero de sistemas francés se encuentra ante la tesitura de abandonar o recuperar sus raíces de hijo de inmigrante. No es una casualidad la selección de esta formación, pues es la filosofía que subyace en el texto, que los entornos rurales son sistemas complejos donde la interacción de los elementos supera en relevancia a los elementos en sí: el todo es más que la suma de las parte.

Paisaje agreste asturiano

Un eje fundamental del ensayo es la estructuración del conocimiento en tres ámbitos: el científico, el tecnológico y el local; éste último ignorado sistemáticamente durante la revolución industrial. El texto es una reivindicación del conocimiento campesino por su carácter complejo (y empírico), sistémico (y sistemático) e integral (e integrador). El autor, Jaime Izquierdo Vallina, es un especialista en medio rural, interesado en comprender y superar los contextos industriales que han favorecido el abandono y la despoblación de la Asturias más agreste (entendido como una crisis multi-orgánica). Escribe el texto para hacerlo atractivo a ámbitos diversos: sociólogos, antropólogos, ingenieros, biólogos, y por supuesto, para los habitantes de este mundo en general:

“ la cuestión crucial es entender ¿por qué si las comunidades campesinas han sabido superar las crisis y adaptarse a los cambios desde el neolítico, han sucumbido a la industrialización?”

Otra cuestión interesante es el análisis de por qué los campesinos que partieron como emigrantes tuvieron en muchos casos un éxito relativamente superior al de aquellos que partían de un ámbito urbano. La respuesta que ofrece Jaime Izquierdo, es que los campesinos eran educados para la polivalencia (multitud de tareas diversas), para la empleabilidad (capacidad que permite variar de ocupación) más que para el empleo (especialización), y para enfrentarse a cualquier contingencia (debido a  la elevada incertidumbre de la naturaleza); se educaba para excelencia (pues sin prestigio el caserío perdía crédito); apreciados como mano de obra sufrida y sacrificada.

Una cuestión que surge de forma natural es: ¿Quién es más inculto: el campesino (poco conocedor del ámbito científico-tecnológico) o la cultura académica oficial (que infravalora el conocimiento local)?  “¿Por qué ponerle ahora eco delante a lo que nosotros (los campesinos) sencillamente llamábamos lógico?

Coloquio, un entorno favorable al autor

Curiosamente en el libro se hace referencia a Lewis Mumford (véase reseña: Eutopía o nada) en su texto Técnica y Civilización, y al interés de aplicar sus puntos de vista al mundo campesino.

Si alguien tiene la oportunidad de escuchar a Jaime Izquierdo, no se arrepentirá. Es una persona cercana polifacética y tranquila que favorece la interacción y la conversación.

“Volver a los orígenes no es retroceder”

Jaime Izquierdo Vallina en la Biblioteca UPM

5 comentarios

  • José Alejandro Martínez

    Interesante. Uno de los rasgos del modo de vida hegemónico en la actualidad es la acumulación indiscriminada e interminable. Gran negocio para el sector trasteros. Sin embargo no ocurre lo mismo con el conocimiento y las destrezas, incluso se diría que hay ejemplos de educación para perder conocimiento en vez de para ganarlo. En mi opinión eso es así porque el modelo de acumulación es interesadamente unidimensional. El producto paradójico es el humano postindustrial contemporáneo, un ser que cuenta con medios nunca vistos y sin embargo se muestra sorprendentemente inadaptable, poco versátil y con estrechas miras.

  • Querida Pilar:
    En primer lugar agradecerte en el alma la reseña que has hecho de “La casa de mi padre”. Me ha encantado y me ha ruborizado. No sé si nos conocemos en persona (soy bastante despistado). Además, veo con sorpresa que has incluido en otra entrada el libro de la historia de las utopías de Munford que he “machacado” este verano. Me encanta la coincidencia y de nuevo te agradezco tu interés por La casa de mi padre que es también la tuya. Un abrazo

  • pilar alvarez del valle

    Interesadamente unidimensional… me quedo con esa idea. La empleabilidad es multicolor como la luz blanca (que no lo parece)

    🙂

  • Este comentario adolece de ficción, por ligera que ésta pueda ser, y de ensayo pues no tiene los elementos para un análisis crítico y sistemático; este comentario se sustenta solamente en apenas esbozados, pero muy sentidos, apuntes auto-biográficos. La reseña me ha servido de excusa para traerlos al primer plano. Espero que la lectura del libro también.
    Mi abuelo materno fue un campesino, capaz de aprender en la vida y en sus tierras por sí mismo lo que ninguna formación le proporcionó. Lidiando con las ‘incertidumbres de la naturaleza’ y las fatalidades de una sociedad clasista en la que el emprendimiento (palabra de moda ahora) del empleado no era soportable para los ‘propietarios de linaje’, consiguió su pedazo de terruño. Terruño que le permitió demostrar su capacidad y su independencia; “que nadie se ría de lo que haces” recuerdo oírle decirnos a los nietos que entonces apenas entendíamos lo que quería transmitirnos, hoy me permito deducir de la frase orgullo, pundonor y “excelencia”. Terruño que le permitió mostrar solidaridad con el vecino, otro de los rasgos de las comunidades campesinas que se ha debilitado en los entornos urbanos.
    Hoy más que nunca, que por voluntad del destino formo parte del ámbito científico-tecnológico y de los teóricos de la agricultura, me pregunto a menudo qué habría dicho o hecho mi abuelo ante determinadas situaciones o controversias. Hoy más que nunca me arrepiento de la ligereza con la que asistía a su quehacer cotidiano sin esforzarme por comprender y aprender.
    Me reconfortan esfuerzos como el de Jaime Izquierdo para ‘defender con el alma la casa de nuestros padres’.

    • Jaime Izquierdo Vallina

      Belén, el tiempo, decía Margarite Yourcenar, es un "gran constructor". A veces seguramente construye de una manera que podriamos confundir con la destrucción. El caso es que contesto ahora a tu comentario, justo y exatamente 3 años despues (hoy es19 de octubre). Feliz cumpleañoscomentario! Te agradezco lo que dices. Y te agradezco el ejercicio de toma deconciencia sobre el valor del conocimiento empírico de tu abuelo. Por degracia nuestra formación uiniversitaria, en la mayoría de los casos, contribuye a deformar nuestra aproximación a las realidades complejas del campo y a formar nuestra visión analítica y sectorial. Salimos de las facultades con orejeras y con prejuicios contra aquello que no sea la forma de entender la ciencia que nos han inculcado. Y esa forma de mirar, y esos prejuicios, nos han separado de los conocimeintos campesinos. El protagonista de la Casa de mi padre, Gerard Enterría, se sale de su zona de confort (el centro tecnológico de Renault) y se mete en el mundo campesino de su padre, de su familia, para entender su conocimiento y para crecer como ciéntífico. El "ayúdame y te habré ayudado" con el que se abre el libro ( y que el padre de Gerard, un pastor reconvertido a obrero industrial le escribe en un papel) resulta premonitorio: Gerard, el ingeniero de sistemas, regresa a la aldea original de su familia y desarrolla una nueva forma de mirar que combina conocimiento local, como base, y conocimiento técnico y ciéntífico, como aglutinante para hacer que la base sea más sólida. Comparto contigo esa idea de  "la ligereza con la que asistí a su quehacer diario sin esforzarne por comprender y aprender". El recuerdo, sin embargo, nos ayuda a resarcirnos de la ligereza. De nuevo gracias. Jaime 

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